No poder es no querer: Un estudio sobre las problemáticas medioambientales

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contaminación-ambientalSin lugar a duda, podríamos decir que sobre las puertas de la sociedad moderna reza la siguiente frase: “El saber es poder”. Dicha frase es hoy comúnmente conocida debido al filósofo Inglés de comienzos del siglo XVII Francis Bacon, pero podríamos remontarla a miles de años atrás hasta la épica del judaísmo en donde Salomón pedía sabiduría en desmedro de riqueza, reinos y poder. Sin embargo, y sin tener el tupé de compararnos con tan grandes hombres de la historia universal, creo que no sería errado creer que hasta el más eminente científico exclamaría en medio del desierto: “¡Todo mi reino por un vaso de agua!” Y es que la posesión de los más profundos conocimientos de química no cambian, en medio de la nada, la arena en agua.

Un reciente estudio llevado adelante por la Universidad de Buenos Aires, en el cual tuve el agrado de participar, analizó las conductas y sentimientos de los ciudadanos del Gran Buenos Aires y la Capital Federal respecto a problemáticas medioambientales que les toca vivir en el día a día y demostró que no todo pasa por conocer correctamente dichas problemáticas. Específicamente voy a centrarme sobre el objeto de mi análisis en el marco de dicho estudio para esclarecer este punto.

Se realizaron una serie de encuestas aleatorias a miembros de dichas localidades  y saltó a la luz una aparente paradoja: resultaba que un importante sector de quienes decían sufrir en sus barrios problemáticas medioambientales, tales como la presencia de smog en el aire, gases tóxicos y malos olores emanados del CEAMSE, malos servicios de recolección de basura, ríos y arroyos contaminados, contaminación fabril, entre otras, eran los que menos y de peor calidad, en relación al resto de los casos encuestados, realizaban acciones para cuidar su medioambiente. Y no solo eso, sino que además, ¡decían no sentirse afectados personalmente por dichas contaminaciones!

En primera instancia podríamos pensar fácilmente que estos sujetos hacían poco, o nada, por su medio y no se sentían afectados personalmente por falta de conocimientos respecto a dichas problemáticas medioambientales. Sin embargo, el nivel de conocimiento de este sector no era menor al del resto de los casos estudiados (tenían similares conocimientos respecto a problemáticas medioambientales como el cambio climático, la deuda ecológica, la huella de carbono y el agua virtual, y opinaban de forma similar respecto a problemáticas muy conocidas  como la minería a cielo abierto y al uso de agrotóxicos para el cultivo de soja).

El igual saber, en este caso, demostraba no ser un principio explicativo para el desigual hacer, poder y sentir. La pregunta seguía en pie: ¿cómo es posible que individuos que decían vivir rodeados de tan diversos problemas de contaminación no se sientan afectados personalmente por ellos? ¿Y por qué hacían menos al respecto en comparación que los demás casos encuestados?

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El dicho que dice que el que quiere celeste que le cueste, indicaría que es justo que los sujetos de nuestra paradoja sufran vivir en medio de la contaminación por su holgazanería.  Parecería justo… pero la justicia poco tiene que decir a la hora de explicar la realidad, y, más bien, la injusticia es la que tiene la palabra en este caso.

El avance de la investigación encontró un principio explicativo: se descubrió que los individuos de nuestras preguntas eran en su mayoría trabajadores precarios, de baja calificación, con bajos salarios, que vivían en barrios humildes, del Gran Buenos Aires en general y en condiciones de hacinamiento. Entonces aquí nuestras preguntas encontraron una respuesta: hacen tan poco por su medioambiente porque –¡simplemente no pueden hacer más! No tienen los recursos reales para hacerlo. Y es que, en realidad, ¡hasta para ahorrar hace falta dinero! El reemplazar artículos en aerosoles para no contaminar el aire requiere de otros que los sustituyan que por lo general son más caros; las fuentes de energía renovables, para sustituir a las que no lo son, son más caras; no es lo mismo reciclar en un barrio con un sistema de recolección de basura especializado en los diversos tipos de residuos que en uno en donde el basurero nisiquiera llega. Sí, no contaminar cuesta dinero. Ir al trabajo en la Capital Federal en bicicleta, si uno vive allí, es sin lugar a duda algo que beneficia al medioambiente, pero a quien no beneficia en absoluto es al físico de quien tiene que hacerlo pedaleando desde el Gran Buenos Aires.

No se trata de que no cuidaban su medioambiente porque no sabían cómo hacerlo o porque no querían: simplemente no podían, y, mal que le pese a nuestros maestros de la autoayuda, querer no es poder, no al menos en la realidad.

Frente a tal impotencia la respuesta “no me siento afectado” parece ser más aliviadora que admitir “vivo en malas condiciones, pero no puedo hacer nada al respecto”. Decir no sentirse afectado es un mimo al alma, un intento de salvar la dignidad personal y no admitir la impotencia y la resignación de tener que saltar un piloncito de basura todos los días a la hora de irse al trabajo. Como el niño que dice frente a sus compañeros no tener las zapatillas de moda porque “no le gustan”.

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Ezequiel Sosiuk
Ezequiel Sosiuk
Licenciado en Sociología UBA

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