Bajo las teorías que basándose en el concepto de sustentabilidad son usuales en estos tiempos, se elaboran muchos tipos de formulaciones. Desde aquellas que se circunscriben a la cuestión meramente ambiental, hasta las que – presuntamente más abarcativas – presentan la cuestión sustentable utilizándola en su favor como una especie de justificativo de la destrucción del medio ambiente y la degradación de las condiciones humanas que las empresas perpetran en el entorno liberal en que pretenden conservar supremacía. Vemos así con cada vez más frecuencia cómo, haciendo gala de sofisticados recursos de marketing, bajo el manto de la “sustentabilidad” muchos actores empresariales financian emprendimientos al solo efecto de exhibir su compromiso con este concepto y continúan su accionar sin modificar un ápice sus conductas de maximización de la renta a costo del futuro.
Ciertamente ninguna de las dos posiciones descriptas completa mínimamente el significado de la cuestión, la una por incompleta y la otra por hipócrita. En medio existen muchas otras interpretaciones del tema que loablemente se debaten entre el desfinanciamiento y el desaliento para poder hacer presente la importancia que para el futuro de la humanidad representa el compromiso “sustentable”.
Para el abordaje de la definición de sustentabilidad debemos considerar, además de las condiciones medioambientales que se degradan cada vez con mayor rapidez, las condiciones humanas que también se degradan con rapidez y que ahondan en forma perversa la brecha socioeconómica entre los hombres.
El paradigma a perseguir es la construcción de condiciones socio-ambientales que permitan a la humanidad la consecución armoniosa del bien común, entendido no como la suma del bien de los individuos, sino como el espacio social en que los individuos se desarrollen en forma de satisfacer sus necesidades en un ambiente no hostil que nos permita legar un planeta más justo y menos amenazado por la destrucción de sus recursos.